Maziar estaba preparado para dejar su casa en Londres y cubrir las elecciones presidenciales iraníes, aseguró a su prometida embarazada que volvería en unos días, una semana a lo máximo. Lo que no se imaginaba cuando le dio el último beso de despedida es que no le volvería a ver hasta tres meses después, ni que sería encerrado en la peor cárcel de Irán, en la que sufriría brutales sesiones de interrogatorios a manos de un hombre que sólo conocería por su olor: Agua de rosas.